lunes, 24 de octubre de 2011

San Marcos

San Marcos, el autor del Segundo Evangelio
Biografía del apóstol que fue intérprete de Pedro.
 
San Marcos, el autor del Segundo Evangelio
San Marcos, el autor del Segundo Evangelio

Año 42 de la Era cristiana. Estamos en el equinoccio de primavera. La Iglesia recién nacida, sufre persecución, sangre y terror. Herodes, para agradar a los judíos, ha degollado a Santiago. Pedro está en la cárcel. Los cristianos velan y oran en la ansiedad. Ya son tantos, que no caben en un solo cenáculo. Se reúnen por grupos en las casas más espaciosas y hospitalarias, como ésta, situada cerca de la Torre Antonia, que es la prisión donde Pedro está encarcelado, que es la misma en la que Jesús estuvo apresado. Son las tres de la mañana. Los cristianos recitan salmos, rezan afligidos la oración del Padre Nuestro, comentan preocupados con el pensamiento en la cárcel de Pedro. Toda la Iglesia está rezando por él. En esto, llaman a la puerta y la inquietud se convierte en miedo. Sale a abrir la criada Rodé, rosa en griego. Sin abrir la puerta, regresa llena de alegría, y les susurra: "Es Pedro." Siguen golpeando la puerta. Rode abre y allí está Pedro embozado en su manto. Entra, toma resuello y cuenta que el ángel le ha librado, besa a los hermanos, y se aleja de la ciudad huyendo del peligro de su búsqueda cuando se alerten de su celda vacía en la cárcel. Probablemente se va a Antioquia. Otros sostienen que a Roma.

AQUEL MUCHACHO JOVEN

Allí está Juan Marcos, vive allí. Está en su casa. Casa con prestigio, fe y “ágape”, amor, caridad. Tiene una sala amplia y bien amueblada. Es la casa de María, madre de Juan Marcos. Un hogar judío, pero con gustos helenizantes. Aquel muchacho joven tiene dos nombres, Juan para los judíos, sus compatriotas, y Marcos para los grecorromanos, desciende de Chipre. Allí tiene familia, y el chipriota Bernabé es primo suyo. También habla griego, lo que le será muy útil para difundir el evangelio, cuando acompañe a Pablo y Bernabé en la primera misión por las ciudades de Asia. Él no predica. Le han encargado la administración, recibe las limosnas, busca alojamiento, paga los gastos y ayuda a los misioneros. Al llegar a Perge de Panfilia, Pablo decide viajar más a dentro, atravesando la cordillera del Taurus, lo que suponía un cambio en todos los sentidos. Había que pasar de Tarso y Antioquia de Siria, situadas a 80 metros sobre el nivel del mar, a Antioquia de Pisidia con una altura de 1200 metros, con escasa provisión de víveres, pan duro mojado en agua, un puñado de aceitunas, y lo que ofrecía la naturaleza.

Tal vez su timidez joven no llegó a congeniar con la audacia de Pablo. Tal vez se ha sentido molesto porque su primo Bernabé ha perdido la iniciativa que ha recaído ya en Pablo, le deja y se vuelve a Jerusalén, preocupado también por estar tanto tiempo sin noticias de su madre. Añora su casa, sus comodidades, su vida tranquila, frente a los peligros que acechan a los misioneros intrépidos, peligros en el mar, peligros de ladrones, peligros en las altas montañas. Se embarcó para Cesarea y de allí a Jerusalén. Marcos venció más tarde este acceso de flaqueza juvenil y se convirtió en valioso colaborador de Pablo en la cárcel Mamertina en Roma, “el hombre muy útil para el ministerio” (2 Tm 4, 11).

EL DOLOR DE PABLO


La deserción del joven Marcos lastimó profundamente a Pablo. Pasados los años, aún sentía el dolor. Tuvo a Marcos por pusilánime y pensó que “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el trabajo del reino de los cielos (Lc 9, 62). Pero detrás de la resolución de volverse en Marcos había otra causa más profunda, que no quiso expresar y que tampoco expresa Lucas. Marcos se había criado en Jerusalén en medio de los antiguos apóstoles, en la tradición judía, a la que la joven Iglesia se sentía muy unida y que Pablo estaba resuelto a separar de la sinagoga. De hecho Marcos era el más fiel discípulo de Pedro. Era su intérprete griego, y quería seguir siéndolo. Pedro le llama “su hijo Marcos” (1 Pe 5, 13).

Marcos camina ahora junto a Pedro recogiendo las palabras de aquel hombre, que le había enseñado a amar a Jesús. Pertenecía a esas almas admirables que brillan en segunda fila, o que saben permanecer en la penumbra para consagrarse a la gloria de un maestro, mereciendo así el premio de la modestia y haciendo su acción más fecunda, aunque menos personal. El pescador de Betsaida, escogido por Cristo no llegó a hablar con facilidad el griego. Pero a su lado estaba el hombre abnegado, el discípulo amable, dispuesto a transmitir su pensamiento en las reuniones de la primitiva comunidad de Roma. Y Marcos, al lado del apóstol, traducía sus palabras, identificándose completamente con aquellas catequesis históricas que era la particularidad de su maestro. Era el secretario, la voz, del apóstol Pedro.

PONER POR ESCRITO


Un día los oyentes le pidieron que pusiese por escrito aquellos bellos relatos; él accedió, y así nació el segundo Evangelio. Pedro sabía que Jesús les había enviado por el mundo no a escribir, sino a predicar. Encerrar la Palabra en un libro, era despojarlo de su bravía libertad, imponerle un corsé invariable, privarla del esplendor especial con que la vestía cada uno de los mensajeros del Evangelio. Pero sabía también que, a pesar de los escritos, la Palabra permanecería infaliblemente fecunda y eternamente fresca en la enseñanza de sus sucesores.

Pedro vio en el libro de Marcos vio una copia exacta de su predicación, y cuando la persecución le crucificó cabeza abajo a petición suya, los cristianos de Roma que leían aquellas paginas inspiradas se imaginaban que estaban oyendo la voz de su pastor. Eran las enseñanzas, los relatos, la expresión misma de Pedro. Es lo que imprime su carácter especial al segundo Evangelio. Marcos deja hablar a los hechos. No glosa, no diserta, no comenta, ofrece un relato lleno de viveza y colorido. Y lo consigue plenamente. Su característica es la precisión del detalle, la nitidez de la visión, el gusto por lo pintoresco. Sabe animar de tal modo a las personas, que nos pone en contacto con ellas. Penetramos en sus sentimientos, las vemos moverse delante de nosotros; nos las representamos en su actitud real.

Un gesto, una palabra, bastan para hacernos presenciar la acción. Cuando los demás sinópticos nos hablan de algunos hombres, Marcos los enumera: eran cuatro. Sabe que la barca de Pedro estaba junto a la de Juan cuando Jesús los llamó; nos hace ver a la hija de Jairo corriendo por la habitación después de resucitar; parece que hubiera visto en la barca el único pan que llevaban en una travesía. Y cuando presenta a Jesús, no olvida ni un gesto, ni una mirada, ni una actitud. Su figura divina aparece realzada con un realismo encantador.

Sin embargo esas imágenes en que resplandece la vida, se consiguen con un esquema simple; su sensación de realidad obedece a fórmulas rígidas y simples, iguales, con el mismo molde. Describe dos milagros diferentes, con la misma fórmula. El vigor en la pintura, está unido con la penuria en los colores; la riqueza descriptiva, carece de imaginación creadora y la ausencia de arte, tiene un hechizo irresistible: este contraste es que caracteriza el estilo de Marcos y el que le otorga su originalidad. El sencillo narrador que carece de invención y del genio de un artista, sólo pretende fijar el recuerdo limpio de la realidad vivida. El color y la vida no son productos de su imaginación, sino reflejos de la realidad. Dice que ha visto, y lo dice siempre de la misma manera popular. Es un testigo ocular, más hábil en retener los detalles plásticos de las escenas, que en dibujar la psicología de un personaje, o en reproducir un discurso. En Marcos apenas hay discursos. Su evangelio es un evangelio de hechos más que de ideas. Ni el menor vestigio del sermón de la montaña; narra algunas parábolas, pero bosquejadas rápidamente; resume en pocas palabras las conversaciones de Jesús con los Apóstoles. Hechos y milagros, sí, muchos milagros. Se adaptaba a sus lectores romanos, aquella raza viril de la que decía Tácito: "Obrar y sufrir animosamente: esto es todo el romano."

MARCOS Y LOS ROMANOS


Aquella sociedad romana de las primeras misiones evangélicas buscaba con avidez lo maravilloso. Era su alimento. Aquellos hombres creían en la astrología, en los sueños y en los adivinos; los magos y agoreros eran condenados por la ley, pero las gentes temblaban ante de ellos; y los grandes escritores, el mismo Tácito, multiplicaba los prodigios en sus historias. Marcos supo satisfacer estos anhelos, reemplazando las imposturas con obras divinas que había presenciado toda Judea. Marcos conoce los gustos de los romanos, y les presenta la verdad para complacerles. Sabe también que escribe para occidentales, y omite lo que pueda delatar en él al hebreo de raza. El giro de su frase es semita, arameo. Mateo escribía para los hijos de Israel. Marcos se dirige a los gentiles. No sigue la tendencia de Pablo a hacer teología, aunque él también tiene su tesis. Mateo presenta a Jesús como el Mesías esperado por los judíos. Lucas lo propone a los grecorromanos como el Salvador de que les hablaban sus oráculos.

Marcos quiere que se vea en Él, ante todo, al Hijo de Dios. Así lo indica el comienzo de su Evangelio: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". La confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, es el centro al que convergen todos los relatos del segundo Evangelio. Marcos era el intérprete de Pedro. Marcos llevó el evangelio a Egipto, lo predicó en Alejandría. Allí le apresaron, le ataron con cordeles y le arrastraron por peñascales; le encerraron en un calabozo, y allí se fue al cielo en el año octavo del Imperio de Nerón.

San Antonio Abad

San Antonio
 Abad

Icono de San Antonio AbadConocemos la vida del abad Antonio, cuyo nombre significa "floreciente"  y al que la tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía redactada por su discípulo y admirador, san Atanasio, a fines del siglo IV.
Este escrito, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose a las concepciones entonces vigentes acerca de la espiritualidad, subraya en la vida de Antonio -más allá de los datos maravillosos- la permanente entrega a Dios en un género de consagración del cual él no es históricamente el primero, pero sí el prototipo, y esto no sólo por la inmensa influencia de la obrita de Atanasio.
En su juventud, Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le llegaron en el marco de una celebración eucarística: "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres...".
Así lo hizo el rico heredero, reservando sólo parte para una hermana, a la que entregó, parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas.
Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea, pero pronto se marchó al desierto, adiestrándose en las prácticas eremíticas  junto a un cierto Pablo, anciano experto en la vida solitaria.
En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su  experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas. ¿Por qué esta elección?. Era un gesto profético, liberador. Los hombres de su tiempo -como los de nuestros días - temían desmesuradamente a los cementerios, que creían poblados de demonios. La presencia de Antonio entre los abandonados sepulcros era un claro mentís a tales supersticiones y proclamaba, a su manera, el triunfo de la resurrección. Todo -aún los lugares que más espantan a la naturaleza humana - es de Dios, que en Cristo lo ha redimido todo; la fe descubre siempre nuevas fronteras donde extender la salvación.
Pronto la fama de su ascetismo se propagó y se le unieron muchos fervorosos imitadores, a los que organizó en comunidades de oración y trabajo. Dejando sin embargo esta exitosa obra, se retiró  a una soledad más estricta en pos de una caravana de beduinos que se internaba en el desierto.
No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la cumbre de sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida solitaria con la dirección de un monasterio cercano, e incluso viajando a Alejandría para terciar en las interminables controversias arriano-católicas que signaron su siglo.
Sobre todo, Antonio, fue padre de monjes, demostrando en sí mismo la fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas, conocidas como "apotegmas" o breves ocurrencias que nos ha legado la tradición, lo revela poseedor de una espiritualidad incisiva, casi intuitiva, pero siempre genial, desnuda como el desierto que es su marco y sobre todo implacablemente fiel a la sustancia de la revelación evangélica. Se conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales confirman las que Atanasio le atribuye en su "Vida".
Antonio murió muy anciano, hace el año 356, en las laderas del monte Colzim, próximo al mar Rojo; al ignorarse la fecha de su nacimiento, se le ha adjudicado una improbable longevidad, aunque ciertamente alcanzó una edad muy avanzada.
La figura del abad delineó casi definitivamente el ideal monástico que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos.
No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial de la vida monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la práctica cristiana: una vida bautismal despojada de cualquier aditamento.

Para nosotros, Antonio encierra un mensaje aún válido y actualísimo: el monacato del desierto continúa siendo un desafío: el del seguimiento extremo de Cristo, el de la confianza irrestricta en el poder del Espíritu de Dios.

miércoles, 12 de octubre de 2011

San Francisco de Asis

Francisco de Asís, San
Francisco de Asís, San

Fundador de la Orden de los Frailes Menores (OFM), conocidos como los franciscanos
Octubre 4



San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.

Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre era comerciante y su madre pertenecía a una familia noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera del país. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan.”

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.

Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda. San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años.

Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio “...No lleven oro....ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.
San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.

San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento.
Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos.

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado “del bien espiritual de los hermanos”. El orden de fraile creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden.

San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.
En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa.
En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de las estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos.
San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza.

La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!”y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.

Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, del conejillo que no quería separarse de él y del lobo amansado por el santo. Algunos dicen que estas son leyenda, otros no.

San Francisco contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media. El ayudó a la Iglesia que vivía momentos difíciles.

¿Qué nos enseña la vida de San Francisco?

Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida. Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza.

Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad que da la pobreza.


Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió su vida ofreciendo sacrificios a Dios.

Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. Lo más importante para él era estar cerca de Dios. Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida.
Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de los franciscanos de acuerdo con los requisitos de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos.

Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar a Dios no se necesita nada material.

Nos enseña lo importante que es sentirnos parte de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente en momentos de dificultad.

Que es un santo?

¿Qué es un Santo?
Las características de aquellos que por su vida, sus obras y su Amor a Dios son ahoraSantosSer santo es participar de la santidad de Dios. Jesucristo es el Santo de los santos y elEspíritu Santo es el SantificadorTodos fuimos creados por Dios para ser santos, en la tierra y entoncesplenamente en la eternidad en el cielo. Perdimos la vida de gracia por el pecado, peroJesucristo nos reconcilió con el Padre por medio de la Cruz. Por el bautismo recibimoslos méritos de Cristo y somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijosde Dios y participar de su santidad. San Pablo usa la palabra "santos" para referirse a losfieles (2 Co 13, 12; Ef 1, 1).Quien persevera en la santidad se salvará para la vida eterna. Dios quiere quetodos se salven (1 Tim 2, 4), pero no todos se abren a la gracia que santifica. Parasalvarse es necesario renunciar al pecado y seguir a Cristo con fe. Por eso San Pablo nosexhorta: "Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie veráal Señor" (Heb 12, 14). La única verdadera desgracia es no ser santos. Veneración delos santos Los primeros santos venerados fueron los discípulos de Jesús y los mártires(los que murieron por Cristo). Mas tarde también se incluyó a los confesores (se lesllama así porque con su vida "confesaron" su fe), las vírgenes y otros cristianos quedemostraron amor y fidelidad a Cristo y a su Iglesia y vivieron con virtud heroica.Con el tiempo creció el número de los reconocidos como santos y se dieronabusos y exageraciones, por lo que la Iglesia instituyó un proceso para estudiarcuidadosamente la santidad. Este proceso, que culmina con la "canonización", es guiadopor el Espíritu Santo según la promesa de Jesucristo a la Iglesia de guiarla siempre (cf.Jn 14, 26; Mt 16, 18). Podemos estar seguros que quien es canonizado esverdaderamente santo.La Iglesia no puede contar la cantidad de santos en el cielo ya son innumerables(por eso celebra la fiesta de todos los santos). Solo se consideran para canonizaciónunos pocos que han vivido la santidad en grado heroico.La canonización es para el bien de nosotros en la tierra y en nada beneficia a lossantos que ya gozan de la visión beatífica (ven a Dios cara a cara). Los santos en el cieloson nuestros hermanos mayores que nos ayudan con su ejemplo e intercesión hastallegar a reunirnos con ellos. La devoción a los santos es una expresión de la doctrina dela Comunión de los Santos que enseña que la muerte no rompe los lazos que unen a loscristianos en Cristo.Los protestantes rechazaron la devoción a los santos por no comprender ladoctrina de la comunión de los santos. El Concilio de Trento (1545-1563) reafirmó ladoctrina católica.Los santos interceden por nosotrosEn virtud de que están en Cristo y gozan de sus bienes espirituales, los santospueden interceder por nosotros. La intercesión nunca reemplaza la oración directa aDios, quién puede conceder nuestros ruegos sin la mediación de los santos. Pero, comoPadre, se complace en que sus hijos se ayuden y así participen de su amor. Dios haquerido constituirnos una gran familia, cada miembro haciendo el bien a su prójimo.Los bienes proceden de Dios pero los santos los comparten. Los santos son modelos.Debemos imitar la virtud heroica de los santos. Ellos nos enseñan a interpretar elEvangelio evitando así acomodarlo a nuestra mediocridad y a las desviaciones de lacultura. Por ejemplo, al ver como los santos aman la Eucaristía, a la Virgen y a lospobres, podemos entender hasta donde puede llegar el amor en un corazón que se abre ala gracia. Al venerar a los santos damos gloria a Dios de quien proceden todas las gracias.