lunes, 3 de mayo de 2021

Santiago Apostol

 


Santos Felipe y Santiago, apóstoles

(3 de Mayo)


Fiesta de san Felipe y Santiago, apóstoles. Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida, era discípulo de Juan Bautista y fue llamado por el Señor para que le siguiera. Por su parte, Santiago, de sobrenombre «Justo», hijo de Alfeo y considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén. Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se apartó del criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio.

Santiago el menor y/o Santiago el pariente del Señor

Santiago, como es sabido, es la forma aglutinada de San Jacobo o San Jaime, que son el mismo nombre latinizado del muy bíblico, y muy frecuente, Iaacov, que a través de su transcripción Yago da Sant'Yago, y de allí Santiago. Como en la España levantina abundan los Vicentes, en Palestina abundaban los Iaacov. Sólo entre los apóstoles tenemos dos que se llaman así, y que para distinguirlos los señalamos como "el mayor" y "el menor". Pero hay más Santiagos en el Nuevo Testamento:

-Mateo 13,55 nos dice que los «hermanos» de Jesús (es decir, hermanastros o primos quizás) se llamaban Santiago, José, Simón y Judas;

-Mt 27,56 menciona a una María «madre de Santiago y de José»;

-en Marcos 16,1 se habla de «María la de Santiago», que vuelve a mencionarse igual en Lucas 24,10;

-en Lucas 6,16 y Hechos 1,13 se habla de un «Judas de Santiago», a quien habitualmente identificamos con Judas Tadeo; ese «de Santiago» es más probable que se refiera a «hijo de Santiago» y no a «hermano de Santiago», como arbitrariamente se ha leído a veces;

-naturalmente las menciones de Hechos a «Santiago y los hermanos [de Jesús]» (12,17);

-una de las epístolas del NT se atribuye a un Santiago, aunque es difícil saber a cuál.

Ya he señalado otras veces la tradición armonizadora que se pone en movimiento a fines del siglo I, pero que se intensifica sobre todo con la crisis gnóstica, en el siglo II (ver, por ejemplo, Santas María de Cleofás y Salomé, San Simón, obispo (pariente del Señor), San Bartolomé, apóstol), y que trata de suplir con una supuesta equivalencia de personajes, basados en evidencias por completo secundarias, el desconocimiento -que ya a esa altura era semejante al nuestro- con respecto a situaciones y personas que habían sido, o tan cotidianas que los Evangelios no necesitaron explicarlos a sus contemporáneos, o tan poco relevantes, que se ahorraron las digresiones. Así, y en especial respecto de los Santiagos, todos los que se mencionan en el NT, que a lo mejor fueron tres o más, quedaron reducidos a dos: los dos apóstoles. Naturalmente, hubo que forzar un poco el panorama, porque con una lectura atenta de Hechos de los Apóstoles poco puede sostenerse que los «hermanos de Jesús» hayan sido apóstoles, cuando más bien los evangelios dicen que en vida de Jesús no creyeron en él (cfr. Mc 3,21.31; y sobre todo Jn 7,5, que lo afirma rotundamente).

Hoy ya es imposible sostener que no hay, por lo menos, tres Santiagos:

-El llamado Mayor, Apóstol del grupo de tres más cercanos a Jesús, testigo de la transfiguración y Getsemaní, según afirma la tradición (la terna «Pedro, Santiago y Juan» que se menciona en los evangelios estaría formada por este Santiago), cuya fiesta celebramos el 25 de julio, y que es a la vez el Apóstol de España y el que murió en martirio hacia el 44, el primero de los Doce, dos hechos que no parecen del todo compatibles...

-El que Hechos llama «el hermano del Señor», que es, según parece, el único de los hermanos que tuvo gran importancia en la iglesia primitiva, a pesar de que se mencionen cuatro en Mateo (aunque Simón también fue luego Obispos de Jerusalén, y la tradición lo identifica con otro de los hermanos). Este hermanastro está asímilado en la tradición armonizadora al que hoy nos ocupa, es decir, al «Menor», y por lo tanto no tiene fecha de celebración propia, aunque es dudoso que deba ser considerado apóstol. Este Santiago es quizás el integrante de la terna «Pedro, Juan y Santiago» de Hechos, es decir, las «Columnas de la Iglesia», que lo más probable es que no sea la misma terna de los evangelios, donde claramente se mencionaba a tres apóstoles.

-Finalmente el que celebramos hoy, el «Menor», del que muy cautamente el elogio del Martirologio Romano aclara: «considerado en Occidente como el pariente del Señor». Lamentablemente, si el pariente del Señor no es el Apóstol -y esto es más que probable: es dato que puede afirmarse con certeza razonable-, sobre Santiago el menor no poseemos casi datos, ya que la tradición se ha limitado a transferirle a este apóstol lo que posiblemente deba decirse del pariente del Señor: que fue el primer obispo de Jerusalén, que fue columna de la Iglesia, que tuvo muchísima influencia en los primeros años de la Iglesia, y que quizás deba atribuirse a él la epístola que lleva su nombre.

El Martirologio se encuentra tironeado por dos lados, por una parte, el santoral no es ni debe ser una caja de resonancia de leyendas y tradiciones espurias; desde el principio, ya con el Cardenal Baronio en el siglo XVI, se procuró que lo que entrara al santoral -en cada época con los medios disponibles- tuviera no sólo la plausibilidad de lo bien narrado, sino la solidez del dato históricamente cierto, o al menos probable. El planteo teórico del Martirologio actual mantiene y acrecienta esta línea de rigurosidad. Por otra parte, en lo que hace a los primeros siglos de la Iglesia, y en especial al primero, en muchos casos las tradiciones legendarias están tan firmemente arraigadas que hasta hay creyentes que creen que todos esos «datos» (la cantidad de Marías, de Santiagos, las listas de apóstoles, etc.) son parte del depósito de la fe, cuando son sólo expresión de recuerdos necesariamente imprecisos del momento en que sólo devinieron importantes cuando ya no quedaba nadie a quien preguntarle. El Butler-Guinea, edición castellana del 64 que se basa en la inglesa de 1954, dice, por ejemplo: «Ordinariamente se considera al Apóstol Santiago el Menor (o el joven), a quien la liturgia asocia con san Felipe, como el personaje designado con los nombres de «Santiago, el hijo de Alfeo» (Mat. 10,3 ; Hechos 1,13) y «Santiago, el hermano del Señor» (Mat. 13,55; Gal. 1,19). Tal vez se identifica también con Santiago, hijo de María y hermano de José (Marc. 15,40). Pero no vamos a discutir aquí el complicado problema de los "hermanos del Señor", ni las cuestiones que se relacionan con él»; de parecido tenor nos encontramos en otras publicaciones prestigiosas; prácticamente lo que se refiere a divulgar estas cuestiones, se despacha con «no vamos a discutir aquí», lo que todos saben que es, no sólo discutible, sino casi incuestionable: que la tradición armonizadora ha achicado la tradición para dar un panorama de conocimiento y certeza que no es tal; ha reemplazado auténtica tradición por seguridad.

Aunque por desgracia no contemos por el momento con tres fiestas de Santiago, correspondientes a los tres Santiagos que fueron relevantes en la Iglesia inicial, contentémonos con saber que hoy celebramos no sólo al Santiago Apóstol, segundo mencionado en las listas de apóstoles, llamado «Menor», sino también a un personaje prominente de Jerusalén, indispensable para entender cómo la Iglesia de Cristo fue dejando de ser una secta judía para pasar, a ser, no sabemos exactamente cuándo, pero rondando las décadas del 70 u 80, una comunidad creyente con una identidad completamente propia. En ese largo proceso, el Santiago que gobernó la Iglesia de Jerusalén, fuera el pariente del Señor, fuera el Apóstol, fue determinante, como fue determinante su actuación en el llamado «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15), como lo recuerda el elogio de la celebración: «Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se apartó del criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo.» este Santiago obispo de Jerusalén murió mártir, y, a creer al relato de Josefo (pero el hecho está atestiguado en distintas tradiciones), apedreado hacia el año 62, aunque otros dicen que arrojado desde lo alto del templo.

Fuente: Evangelizo.org

viernes, 8 de enero de 2021

San Severino de Nórico


8 Enero

San Severino de Nórico, monje y presbítero
En la antigua provincia romana del Nórico, en las riberas del Danubio, san Severino, presbítero y monje, que llegado a esta región después de la muerte de Atila, príncipe de los hunos, defendió a los pueblos inermes, aplacó a los violentos, convirtió a los infieles, fundó monasterios e impartió instrucción religiosa a los que la necesitaban.

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): "Todo ser que tiene vida, alabe al Señor".

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania). Su biografía la escribió su discípulo Eugipio.

A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: "Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar". Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: "Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder." Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: "Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: "He pecado y nada malo me ha pasado". Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: "Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo". Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: "¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?". Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: "El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia". Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: "No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz". El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: "Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos". Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles.

En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.