Virgen(1522-1590)
El siglo XVI fue
fecundo en Santos en varias naciones, entre ellas Italia. El 23 de abril
de 1522 nacía en Florencia, Toscana-Italia, la futura santa Catalina
aunque el ser bautizada le fue impuesto el nombre de Alejandra. Sus
padres, que se llamaban Francisco y Catalina, eran buenos cristianos y
pertenecientes más bien a la aristocracia de la ciudad. Poco después de
nacer Alejandra, murió su madre y su padre pasó a segundos nupcias.
La pequeña Alejandra
tanto por su padre como por la madrastra fue tratada y educada con todo
cuidado. Ya desde niña aparecieron en ella, virtudes que después darían
más copioso fruto cuando se hiciera mayor.
Cuando tenía diez años
fue internada por su padre en el Monasterio de Monticelli donde estaba
de religiosa su tía Luisa Ricci. Muy pronto quedaron profundamente
admiradas las religiosas al descubrir las muchas y profundas virtudes
que adornaban su alma. Alguna religiosa medio la expiaba para ver si su
virtud, sobre todo la que manifestaba cuando se encontraba ante el Señor
en oración, si era algo natural o pasajero. Pasaba largas horas
postrada ante el Santísimo Sacramento y meditaba en la Pasión del Señor,
en cada uno de los pasos que nos recuerdan los Evangelios. Cuando ya
sea religiosa será ésta una de las notas más destacadas de su rica vida
espiritual.
A los trece años volvió
a la casa paterna siguiendo casi la misma vida que llevara en el
internado. Su padre, según costumbre de la época, le propuso un
lisonjero porvenir ya que tenía proyectado unirla en matrimonio con uno
de los jóvenes de familia más noble de la ciudad. Alejandra agradeció a
su padre sus buenos deseos pero le contestó resueltamente que no entraba
en sus planes el contraer matrimonio ya que se había ya desposado con
Jesucristo al que le había hecho voto de virginidad.
Conoció a dos
religiosas dominicas del Convento de San Vicente de Prato, que iban por
la calle recogiendo limosna y la joven les pidió que le dieran toda
clase de explicaciones del género de vida que en el convento llevaban.
Después de bien enterada de ello pidió permiso a sus padres y con su
bendición ingresó en aquel mismo Monasterio el 1535, cuando tan soló
contaba trece años. Vistió el hábito de la Orden dominicana y al año
siguiente emitió los votos religiosos con gran gozo de su alma y de
todas las religiosas ya que todas sabían apreciar el gran regalo que les
había hecho la Divina Providencia al enviarles esta perla de criatura.
Al poco de profesar el
Señor vino a visitarla enviándole una terrible y múltiple enfermedad ya
que fueron varias las dolencias que a la vez afligían su débil cuerpo.
Las mismas religiosas y los médicos quedaban admirados cómo era posible
que pudiera resistir tanto dolor de todo tipo. Se le apareció un Santo
de su Orden, hizo sobre ella la señal de la cruz y quedó curada por
varios años. Durante estos atroces tormentos tenía una medicina que la
curaba, por lo menos le daba paz y alivio: Era el meditar en la Pasión
del Señor, en los muchos dolores que Él sufrió por nosotros... Meditaba
paso a paso, en toda su viveza y a veces se le manifestaba el Señor bien
con la Cruz a cuestas, bien coronado de espinas o clavado en la Cruz.
Ante estos dolores del Maestro, Catalina -que así se llamó desde que
vistió el hábito dominicano- encontraba fuerzas para cargar con su
propia cruz...
Recibió muchos dones y
regalos del cielo: Revelaciones, gracias de profecía y milagros... Luces
especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por
ello acudieron a consultarla Papas, cardenales y grandes de la tierra
igual que personas sencillas y humildes. A todos atendía con gran bondad
y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más
pecadora de los mortales. El 2 de Febrero de 1590 expiró en el Señor.
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