San Juan de Dios
Fundador
(1495-1550) Juan Ciudad Duarte nació de padres humildes en Montemayor el Nuevo
(Portugal), el año 1495. Eran años de efervescencia, al reclamo de los nuevos
descubrimientos. Juan partió de su
pueblo cuando sólo tenía ocho años. Entró en España y se quedó en Oropesa. Más
tarde seguiría su aventura.
Entra a
servir en casa de un rico propietario. El dueño le propone un ventajoso
matrimonio con su hija. Juan no quiere atarse y desaparece. Se alista en el
ejército. Lucha como San Ignacio en Fuenterrabía. Sufre muchas peripecias. Por un descuido es
expulsado y regresa a Oropesa. Vuelve al ejército contra los turcos y llega
hasta Viena. A la vuelta pasa por su pueblo. Luego reside en Sevilla, Ceuta,
Gibraltar y Algeciras, siempre con ocupaciones diversas.
Su vida es
una perpetua aventura. A los 42 años llega a Granada. Allí se realizó su
conversión. «Granada será tu cruz», le dice el Señor. Desde ahora se llamará
Juan de Dios. Predicaba en Granada San
Juan de Ávila, y con tales colores y tonos predicó sobre la belleza de la
virtud y sobre la fealdad del pecado, con tantos ardores habló sobre el amor de
Dios, que Juan se sintió como herido por un rayo. Se tiraba por el suelo,
mientras repetía: «Misericordia, Señor, misericordia». Quemó los libros que
vendía de caballería, repartió los piadosos, lo dio todo, y corrió por las
calles de la ciudad descalzo y gritando sus pecados y su arrepentimiento como
uno que ha perdido el juicio.
Sólo Juan
de Ávila que le animó a encauzar aquellos arrebatos en alguna obra permanente
de caridad. Y Juan concentró ahora todo su entusiasmo en una nueva Orden: La
Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. «Haceos el bien,
hermanos», repetía sin cesar. Sus primeros compañeros los reclutó el fundador
entre la gente más desarrapada: un alcahuete, un asesino, un espía y un
usurero. Esa es la fuerza del amor. Un
converso que saca del fango a cuatro truhanes y los hace héroes cristianos.
Sobre estas cuatro columnas apoyará su obra. Peregrina a Guadalupe. Vuelve a
Granada y recoge los primeros enfermos.
Es el
precursor de la beneficencia moderna. Acoge a los enfermos, los cura, los
limpia, los consuela, les da de comer. Todo es limpieza, orden y paz en la
casa. Por la noche mendiga por la ciudad para los enfermos. Todos se le abren.
Todos le ayudan. Es muy expresivo el
cuadro de Murillo: va el Santo con el cesto lleno por la ciudad, carga con un
enfermo ulceroso que representa a Jesucristo y un ángel le sostiene y le guía.
Un día se declaró un incendio en el Hospital.
Había
peligro de que todos los enfermos quedaran abrasados. Juan de Dios, desoyendo a
los prudentes, se metió en el fuego, dispuesto a dar la vida, cogió uno a uno
sobre sus espaldas y los salvó a todos. A él únicamente se le chamuscaron los
vestidos. Las llamas de su amor fueron más fuertes que el fuego. Murió en Granada el año 1550.
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